miércoles, 28 de abril de 2010

ÉRASE UNA VEZ UN CUERPO PEGADO A UNA PRÓSTATA

Pues sí, tengo que confesarlo. He de admitir que desde hace varios años, mi próstata y mi cerebro no se llevaban nada bien. Tal era la enemistad que la próstata aprovechó para crecer y crecer en un total descontrol, aprovechando que el cerebro estaba más dedicado a ir solucionando las averías más cotidianas del día a día o a tapar dos fugas importantes: una en la rodilla izquierda recién operada, y la otra buscando un solución a la dichosa piedra que hacía de okupa en su riñón derecho.
El cerebro no se enteró de este desmesurado crecimiento urbanístico, que invadía parcialmente el canal de flujos. Fueron estos mismos los que lanzaron su primer SOS:
-La próstata se está construyendo un adosado sin licencia- arguyeron ante el cerebro- y tapona parcialmente nuestra salida natural al exterior.
- Lo que antes era un canal diáfano, exponente de juventud, flexible y algo juguetón, ahora parece un higo arrugado, sinuoso, acartonado y lleno de obstáculos. Vamos, que es como si estuviésemos atravesando el interior de una montaña,-terminaron de argumentar los flujos-.
Ante tamaña noticia, el cerebro empezó a investigar el asunto y detectó varios fallos graves en el sistema. El flujo antaño alegre y de largo alcance se había convertido en un ridículo espray que regaba profusamente los alrededores de la diana ¡vamos que lograr conseguir un 10 a la primera resultaba una proeza! Comprobó lastimeramente que se cumplía el principio de Pascual: “por mucho que te la sacudas, la última gota siempre irá al calzoncillo”, incluso no una gota, sino una cuadrilla de ellas. Se dio cuenta que el cuartito se había convertido en un lugar importantísimo de la casa, hasta el punto de colocarse no muy lejos de él cuando iba de viaje o visitaba otras casas, y ser un asiduo conocedor de todos los cuartitos por allá donde pasaba.
Tales fallos ya no podían considerarse como simples despistes. Así que el cerebro viéndose impotente para controlar la situación, acudió a un afamado especialista, de nombre Repetto, quien dictaminó que semejante infracción urbanística debía resolverse por el método expeditivo: derribo inmediato. Para ello contaba con una poderosa arma: un láser verde de última generación. El cerebro asintió y ordenó el derribo y el pago de la multa correspondiente. Comenzó la operación. Introdujo el arma por la salida de flujos y no muy lejos de ella se topó con el muro infractor. De varios disparos verdes consiguió volatilizar el tapón carnoso y devolver al tamaño normal el canalillo.
Como multa el cerebro impuso a la próstata rebelde a un mes de litronas de agua diarias, otro mes de cese de actividades placenteras y dos meses de paro laboral, con la consiguiente advertencia de no volver a reincidir, so pena de borrarla de la faz de la tierra.
Y colorín colorado, así amigos y amigas, es como este cuento acaba con un final feliz.
Pepe
Abril 2010